Desde el surgimiento de la era cuántica a principios del pasado siglo se ha ido imponiendo una visión del mundo atómico y subatómico completamente diferente a la que heredamos de la Física Clásica. Hacia finales del siglo XVII Isaac Newton anunció las leyes del movimiento y gravitación que crearon la base de la mecánica clásica o newtoniana. Pero si bien la Física Clásica describe a la perfección a nivel macroscópico el comportamiento de la materia y el movimiento de los planetas del sistema solar no describe en absoluto el comportamiento de la materia a distancias pequeñas, como las del ámbito atómico.
En el año 1900, de la mano del científico alemán, Max Planck, nació una las teorías más revolucionarias y más sorprendentes, la cuántica, junto a la Teoría de la Relatividad de Einstein, desafiando los conceptos que sobre el espacio y el tiempo se tenían hasta entonces. Se constató que el Universo diminuto de partículas subatómicas no transcurría de igual modo que para nosotros. Se nos iba desvelando un mundo donde las extravagancias ocurrían de forma natural y continuada. ¿Cómo es posible que una partícula pudiera estar en dos lugares a la vez o presentar una conexión casi fantasmal con otra partícula muy distante?
Niels Bohr en 1913 presentó un modelo atómico que cambió tanto la visión newtoniana como la electromagnética del átomo, porque bien se creía que los electrones al ser partículas de carga eléctrica deberían perder energía (radiación electromagnética) en su movimiento de rotación alrededor del núcleo, y consecuentemente precipitarse hacia él. Consecuentemente, Bohr construyó un modelo atómico donde los electrones en sus órbitas no emitían ni absorbían energía, pero sí que eran capaces de hacerlo al saltar de una órbita energética a otra, denominándose dicho proceso con el nombre de salto cuántico. Algunos años más tarde, en 1927, Erwin Schrödinger cambió drásticamente la visión del electrón como partícula material que orbita alrededor del núcleo dando lugar a un concepto del electrón como onda estacionaria con longitudes de onda bien definidas para cada órbita permitida.
Todo en el Universo son patrones de vibración
Louis de Broglie, físico y matemático francés, es quién hizo la revolucionaria propuesta de que la materia posee un carácter ondulatorio. Expuso su teoría revolucionaria en 1924 exponiendo al mundo la naturaleza ondulatoria del electrón. Louis de Broglie pensaba que si la luz tiene una doble naturaleza, ondulatoria y corpuscular, también las partículas materiales habrían de tener doble naturaleza. Por consiguiente, ofreció al mundo un concepto básico válido para todas las partículas materiales en movimiento, la dualidad onda-partícula. Ahí se originó un concepto fundamental dentro del mundo cuántico: toda partícula en movimiento posee una onda asociada y nos delega una fórmula que nos permite de forma muy elegante y sencilla calcular la longitud de onda en relación con la masa y la velocidad. Aunque cabe decir que dicha onda se hace muy patente a nivel atómico y subatómico al tratarse de masas muy pequeñas, a diferencia de objetos macroscópicos, que aunque la fórmula también se aplica, la longitud de onda es inapreciable. Todo ello condujo a una forma nueva de conceptualizar la propia naturaleza de la materia, mucho más energética e indeterminada de lo que aparentaba ser. En esta concepción nueva jugaron un papel esencial por un lado, el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, y por otro los experimentos en la Física de Partículas.
Referente al Principio de Incertidumbre, Werner Heisenberg, eminente físico austríaco, en 1926 expuso su idea de que nunca era posible conocer el estado cuántico de una partícula con precisión, siempre había una información que se nos escapaba. Cuánto más se conocía la velocidad de la partícula, su ubicación se volvía como un punto difuminado, y viceversa. Por esta razón, los electrones en su giro alrededor del núcleo no se podían ubicar de forma unívoca y determinada, todo se volvía difuso e indeterminado.
El concepto energético de la materia
El concepto de la energía en relación con la materia se vuelve un protagonista esencial, tal como van demostrando los experimentos en los aceleradores de partículas, en los cuales se desintegra la materia para convertirla en luz o incluso materializar partículas a partir de la propia energía lumínica. Todo se convierte en un baile de partículas en interacción continua, partículas que nacen de pura energía o que desaparecen para dar lugar a una lluvia de partículas subatómicas bien diferentes. Todo ello llevó a establecer los diferentes ladrillos de la materia, básicamente a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo, y a clasificar todas las partículas subatómicas, pero sin olvidar un hecho esencial: en el fondo todo es energía, y las partículas subatómicas en lugar de ser como pequeños objetos sólidos tipo bolas de billar, son paquetes de energía vibrantes e indeterminados que no pueden ser medidos con total precisión. Nosotros mismos estamos constituidos por campos energéticos en continua interacción.
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En el fondo todo es energía, y las partículas subatómicas en lugar de ser como pequeños objetos sólidos tipo bolas de billar, son paquetes de energía vibrantes e indeterminados que no pueden ser medidos con total precisión. Nosotros mismos estamos constituidos por campos energéticos en continua interacción.
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Cambio de paradigma
Poco a poco van cambiando la visión del universo y de la propia realidad. Los seres humanos vivimos en una realidad profundamente energética y sobre todo invisible en su mayor parte. Del espectro electromagnético solo vemos con nuestros sentidos una pequeñísima fracción, por otro lado, más del 95% de nuestro universo estelar es un completo enigma. Energía y materia invisible impregnan nuestro inmenso Cosmos.
Analizando con cierta perspectiva la historia de la ciencia, es necesario que para que avance la ciencia, hemos de ampliar nuestro punto de vista, pensar en términos diferentes, simplemente observar desde otro ángulo de visión. Un ejemplo simple fue el de aplicar los principios mecanicistas newtonianos a la dinámica atómica o al movimiento de la propia galaxia, al que estamos inmersos, la Vía Láctea. En ámbitos galácticos la mecánica clásica no es rigurosa, ya que se ha observado que estrellas muy alejadas entre sí respecto al centro galáctico rotan a velocidades muy similares, hecho que entra en confrontación con las propias leyes de la mecánica newtoniana, según las cuales estrellas más lejanas al núcleo deberían rotar a velocidades más pequeñas.
Efectos cuánticos macroscópicos
Hasta hace bien poco, hubo en la comunidad científica la idea generalizada de que en el mundo macroscópico no se observan efectos cuánticos, como, por ejemplo, sería el caso de los propios mecanismos cuánticos ligados a la vida. Se pensaba que era imposible que se produjeran efectos cuánticos observables en una materia relativamente caliente y húmeda, como es la materia viva y la propia constitución del ser humano. Actualmente, sin embargo, se acepta que hay mecanismos responsables de que se sumen los efectos cuánticos para dar lugar a un efecto más global. Efectivamente se sabe que en muchos procesos biológicos tiene lugar un efecto cuántico a nivel atómico, molecular, macromolecular, que sí tiene una trascendencia enorme a nivel biológico. Dicho efecto es denominado bajo el término de coherencia cuántica. La coherencia cuántica, en pocas palabras, se refiere a un comportamiento vibratorio al unísono, donde las propias partículas, en lugar de comportarse de forma individual, se comportan como ondas en perfecta sintonía, dando lugar a una sinergia colectiva única.
De año en año se van añadiendo más fenómenos en el ámbito biológico que tienen lugar bajo los extraños preceptos de la Física Cuántica. Uno de los primeros estudios que se realizaron al respecto fue la fotosíntesis. En la captura de la luz solar, sabemos que las plantas son extremadamente eficientes, aprovechando casi al 100% de la energía que absorben. Para que ello suceda, el excitón (electrón excitado) ha de ser capaz de escoger el camino más eficiente para llegar al centro de reacción, lo hace de forma contraintuitiva transitando por varios caminos a la vez dentro del laberinto clorofílico para luego escoger el más eficiente con tal de provocar la mínima disipación energética. Es capaz de realizar tal hazaña haciendo uso del Principio de Superposición, que nos afirma que en un estado protegido del “ruido del entorno” el electrón puede estar simultáneamente en dos lugares a la vez, comportándose para ello como onda en lugar de partícula. Dicho principio, por ejemplo, es la base de la computación cuántica en que en un estado protegido de la decoherencia cuántica (cualquier interacción del entorno rompe el estado de coherencia cuántica) tengan lugar superposiciones de los bits cuánticos lo cual daría lugar a efectos que superan los ordenadores convencionales más modernos.
Otros ejemplos dentro de la nueva disciplina de la biología cuántica son la acción enzimática (los protones y electrones movilizados por las enzimas se transportarían a lo largo de las cadenas proteínicas como ondas), la orientación de las aves a lo largo del campo geomagnético, tema sobre el cual volveré después, el sentido del olfato, mecanismos neurofisiológicos y el propio campo biofotónico de la célula.
Emisión biofotónica
Fritz-Albert Popp, un biofísico alemán del Instituto Internacional de Biofísica en Neuss, a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado, haciendo experimentos con los fotomultiplicadores detectó una emisión extremadamente débil de fotones (partículas de luz) por parte de las células y tejidos, de tal forma que sabemos que por un centímetro cuadrado de nuestro organismo cada segundo se emiten entre unos pocos y varios centenares de biofotones. Los primeros experimentos se realizaron con muestras de vegetales y pequeños microorganismos. Actualmente con los dispositivos criogénicos de carga acoplada podemos detectar el campo biofotónico de todo el organismo. Por lo tanto, emitimos luz y esta juega un papel fundamental en el metabolismo celular y en la intercomunicación celular. Haciendo experimentos diversos se pudo comprobar cómo los factores de estrés o de contaminación toxicológica cambiaban de forma notable las emisiones biofotónicas o cómo un alimento natural ecológico tenía un comportamiento biofotónico diferente a la del mismo alimento en condiciones diferentes. Incluso se pudo detectar una emisión biofotónica completamente diferente entre una célula sana y otra cancerígena.
Estudios reveladores
Popp y su equipo de investigación entrevieron una red de interconexión fotónica muy importante, constituyendo un campo cuántico no-local. La no-localidad es una propiedad del mundo cuántico según la cual puede haber una interconexión instantánea independiente de la distancia, entre partículas que estén en un estado de coherencia. Como una especie de vibración al unísono entre las partículas. En los organismos vivos existirían dominios de coherencia que serían los responsables de que a nivel nanométrico y probablemente a niveles organizativos mayores hubiera una comunicación energética instantánea. Esta transferencia de energía tendría lugar mediante un proceso denominado resonancia. Si la frecuencia con la que actúa una fuerza externa coincide con la frecuencia de un sistema, la energía absorbida es máxima y entra en resonancia. Por ejemplo, por la resonancia electromagnética dos moléculas separadas pueden interactuar e inducir reacciones metabólicas a distancia, a modo de atracciones selectivas a unas frecuencias muy determinadas y concretas, tal como hace años indicó Irena Cosic de la Royal Melbourne Institute of Technology (RMIT) de Melbourne, Australia. Irena Cosic, en su modelo de reconocimiento por resonancia, afirma que las moléculas se comunican entre ellas por frecuencias resonantes. Y en otros estudios como los de S. Rowlands con eritrocitos se observaron interacciones de largo alcance entre dichas células, distancias que superan 10.000 veces el alcance de las interacciones químicas.
Por estudios muy reveladores realizados por diferentes equipos internacionales se sabe que el agua dentro de los seres vivos estaría altamente estructurada y cumpliría las condiciones de coherencia en pequeñas parcelas del orden de centenares de nanómetros. En órdenes de tiempo muy pequeños (picosegundos) las moléculas pertenecientes al dominio de coherencia entrarían en una vibración conjunta al unísono con un campo electromagnético atrapado a cierta frecuencia (estudios Emilio del Giudice y Alberto Tedeshi), lo cual podría enormemente facilitar la información entre las partes de la célula, por ejemplo. Un ahorro de tiempo significativo para la transmisión de información. Hace años el investigador Gerard Pollack de la Universidad de Washington ya estableció que el agua biológica tiene un comportamiento diferente al agua libre. Un agua biológica es más alcalina, tiene una mayor viscosidad y tiene cierto potencial eléctrico.
El estado de conciencia
Sabemos que el agua es capaz de captar radiación electromagnética y almacenarla durante cierto período de tiempo. Además se han realizado una serie de experimentos (Glenn Rein, William Tiller) que verifican cómo en un determinado estado de conciencia (estado armónico, focalizado y coherente) se es capaz de modificar el espectro de absorción energética del agua en ciertas frecuencias. La conciencia es un campo de información y aunque todavía no existe la teoría física que la explique de forma satisfactoria, actúa sobre la realidad física. El estado de conciencia ejerce un campo de energía sutil que aunque no se puede “atrapar” para analizar ni es visible en ninguna frecuencia detectable (al menos con el instrumental actual), es un factor a tener en cuenta en la ecuación salud-bienestar-sanación. Si, por ejemplo, sufrimos de estrés crónico con la consiguiente liberación continua del cortisol, en relación con la activación del eje hipotalámico-hipofisario-suprarrenal (estudios Dr. Bruce Lipton), ello acarrea consecuencias inevitables en la salud, ya que se mantiene una perpetua reacción de huida o lucha, deteriorándose el sistema inmunológico. En cambio, si vibramos en coherencia manteniendo un eje cuerpo-mente-espíritu saludable es muy probable que tengamos más energía vital y un mayor optimismo hacia los vaivenes de la vida. Hay indicios que apuntan a que las energías sutiles son capaces de actuar sobre la fase electromagnética de los biocampos afectando la coherencia de estos.
Existen estudios muy interesantes en relación a la conciencia y si de algún modo hubiéramos de definir el estado de conciencia desde el punto de vista físico lo más aproximado sería compararlo a un campo coherente que actúa de forma no-local, o sea, más allá del espacio. Un ejemplo, en la Laurentian University (Ontario, Canadá) por parte del grupo de Neurociencia se hizo un experimento separando dos personas por más de 6.000 quilómetros y se pudo observar que en presencia del mismo campo magnético se producía una sincronización en la actividad cerebral, como si hubiera una conexión instantánea, generándose una sincronización en las emisiones electromagnéticas del cerebro, en el estado theta concretamente (banda 4-8 Hz de frecuencia). Sabemos que las emisiones electromagné-ticas son reflejo del estado de conciencia. Si estamos en un estado de relajación y bienestar, estamos en un estado alfa (8-12 Hz), en un estado habitual de vigilia cubrimos la franja beta de emisión, mientras que si estamos estresados las ondas cerebrales se caracterizan por frecuencias superiores a 50 Hz.
El papel del observador
El observador determina y afecta la realidad física. Ya desde los albores de la Física Cuántica sabemos que el hecho de observar altera y define la realidad cuántica. La realidad cuántica no está definida hasta el momento de la observación y/o medición. En un sencillo experimento, denominado el experimento de Young, si observamos la luz al llegar a la pantalla sin entrar en una interacción previa, la luz muestra su carácter ondulatorio, mientras si interactuamos con ella colocando un detector de partículas o incluso con nuestra retina que actúa como un detector la luz se vuelve corpuscular. El hecho de observar o de realizar una medición hace que el sistema cuántico se decida dentro de un amplio abanico de posibilidades, como si de algún modo se escogiera en cada momento dentro de un mundo potencial. Por lo tanto no podemos estudiar la realidad física sin tener en cuenta al observador. Si tenemos en cuenta todo lo dicho anteriormente, nos cabe preguntar qué lugar ocupa en todo esto, por ejemplo en el campo de la salud, la interacción entre el paciente y el profesional respectivo. Una buena comunicación inicial sería un primer pilar básico para una sanación efectiva, creando una sintonización con el paciente; es cuando las ondas cerebrales entran en coherencia, y se participa en un espacio de conciencia compartido.
Necesidad de un modelo integral
Para abarcar al ser humano en toda su magnitud, hace falta construir un modelo completamente nuevo que abarque tanto la parte constituyente material como la faceta energética. Este modelo incluye los campos electromagnéticos conocidos del espectro electromagnético y las energías sutiles invisibles.
Hace falta incluir en el modelo del ser humano el principio de resonancia. Este principio nos da un potencial enorme a la hora de entender cómo funcionan los mecanismos de transmisión de información a lo largo del organismo aparte de los ya conocidos.
La frecuencia de emisión/recepción es clave en el sistema de biocomunicación a lo largo del organismo. Muchas veces se ha dicho en diversos medios que no puede haber ningún efecto en el organismo si los campos electromagnéticos son muy débiles o sea, de baja intensidad. Es un hecho que el organismo emite frecuencias electromagnéticas de diferente índole, por ejemplo, radiación infrarroja, ultravioleta, visible o incluso microonda. También emite un campo magnético aunque sea extremadamente débil. Sabemos, sin embargo, por estudios muy recientes dentro de la Biología Cuántica y específicamente en el estudio de la magnetorrecepción, que un campo magnético débil como es el campo geomagnético es capaz de inducir reacciones metabólicas en el organismo de las aves migratorias, y lo hace mediante un mecanismo, llamado resonancia cuántica de spin. El spin es el movimiento de rotación de cualquier partícula subatómica. Los spines se pueden combinar para dar lugar a un spin total no nulo que puede entrar en resonancia con el campo magnético, específicamente con la dirección/inclinación de las líneas del campo magnético. Es un simple ejemplo, pero si constatamos que energías muy débiles pueden inducir reacciones químicas, habrá que cambiar algunos dogmas presentes dentro de la biología clásica. Esto solo es un comienzo, ya que cada vez más estamos constatando efectos cuánticos de distinto índole en los mecanismos biológicos. A medida vayamos adaptando los instrumentos de medición a frecuencias y sensibilidades más elevadas avanzaremos mucho más en el estudio de las energías que se transmiten a lo largo del organismo.
Las frecuencias y la fase electromagnética (estado de vibración/posición en el ciclo de oscilación) son factores imprescindibles en la transmisión de información.
Recordemos lo que pasó con los primeros estudios acerca del efecto fotoeléctrico a principios del siglo pasado. Para que se produzca el efecto fotoeléctrico la frecuencia es clave, por encima de la frecuencia umbral se produce el efecto, pero si nos movemos por frecuencias menores aunque la intensidad sea muy intensa, no hay respuesta. Y viceversa, pequeñas cantidades de energía (baja intensidad) pero de la frecuencia apropiada pueden crear efectos medibles.
El modelo esencial del organismo se acerca más a la de un campo de interacción que la de un mosaico de órganos y moléculas independientes entre sí, como un conjunto coherente donde son esenciales los campos electromagnéticos y las energías sutiles que pueden ejercer un efecto directo sobre la coherencia de estos. Dentro de este modelo cabe la posibilidad de efectos terapéuticos por selección de frecuencias. Una determinada frecuencia podría afectar procesos bioquímicos en la persona y por lo tanto puede actuar como un agente terapéutico. Y no solo quedaría afectada la parte física, sino a modo de correa de transmisión otros aspectos del ser, como el cuerpo emocional, el cuerpo mental y la parte espiritual.
Toda la existencia forma parte de una red de interconexión energética aún por descubrir en su total magnificencia. Pero el hecho es que cuerpo, mente, espíritu, comunidad y entorno son una totalidad que no puede ser fragmentada en partes aisladas, ya que todo está profundamente entrelazado e involucrado en el proceso de sanación.
9 de julio de 2024©Teresa Versyp
Para saber más: Libro Coherencia Cuántica y Vida
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